11 febrero 2011 | By: Denebola

Y al salir del trabajo, ¿qué?

Volvía a su mesa. La había estado escuchando durante hora y media, y la mitad de sus explicaciones se las podría haber ahorrado, pero aunque le había insistido hasta el límite de la elegancia, no le había hecho ni el más mínimo caso, le había tratado como a una ignorante.
La miraba desde lejos, sentada desde su mesa. Estaba haciendo lo mismo con una pobre cría, cosa que ella no era.
Le asqueaba.
No creía que lo hiciera con mala intención, pero era obvio que le encantaba dejar patente que nadie estaba por encima suyo. Sí, era cierto que su experiencia no se pagaba con dinero, pero su preparación era mínima. La suya no, por eso la mínima ocasión que tenía para dejarla a la altura del barro, la aprovechaba.
No estaba dispuesta a dejarse pisar ni relevar, y por eso hacía ver que las demás no le llegaban a la altura del barro. Y no tenía ni puta idea...
Lo que más le jodía era que se colgaba las medallas de las demás, y lo peor era que mientras estuviera ella allí, jamás se sabría de dónde vendrían las ideas...
Maldita oportunista hija de puta...
Se volcó en su tabla de excel de negro de oficina mientras su superior se dedicaba a tomar café y flirtear con los niños de comercial y su bilis hervía hasta niveles insospechados....

-Tienes que terminarme la tabla antes de las 8.
-Puedes encontrar lo que he hecho en mis archivos personales. Mi jornada acaba a las 6. Seguro que puedes terminarla tú antes de las 8. Tenías razón, era muy sencillo... Hasta mañana, Espe...
Y mientras cogía su bolso, se despidió de ella con la más falsa de las sonrisas.
Maldita hija de su madre, la odiaba, le hacía la vida imposible, la menospreciaba y sabía que aquella bruja no valía ni mucho menos lo que quería hacerse valer, ni la confianza que los que estaban más arriba habían depositado en ella. Maldita lameculos...
Se apoyó en el marco de la puerta y suspiró. ¿Hasta cuándo iba a durar esto? Rebuscó en su bolso y cogió un cigarro, lo puso entre sus labios y lo encendió.
No sabía a derrota, pero al menos era un respiro.
Comenzó a andar, y lo vió al final del camino. Su gesto amargo se difuminó rápidamente en una enorme y espléndida sonrisa. ¿Cómo lo hacía?... Siempre aparecía en el mejor momento, cuando más lo necesitaba. Era... Dios... Sólo él podía hacer que un día jodidamente asqueroso se transformase en algo tan... Ni si siquiera tenía calificativos, no había algo lo suficientemente increíble.
Se acercó a él corriendo y le abrazó. Nadie le abrazaba como él, con nadie sentía lo que le recorría por todo el cuerpo hasta hacerle tamblar.
Se le olvidaba todo, hasta su compañera. Sólo quería que le besara y que se le terminase de olvidar de todo aquello. Nunca. Nadie. Sólo él le había hecho sentir así... Y eso era lo que más le importaba. Él.

Hoy he tenido uno de esos días en los que alguien, sorprendentemente, te alegra el día.
Quizás me equivoqué con ella...
O quizás me dejé llevar con mis opiniones.
En cualquier caso, agradable. Me ha gustado compartir 2 pintas con ella, a solas.