¿Qué tienen en común un profesor de gimnasia, una estudiante de derecho tardía, 2 cajeras del Mercadona, una auxiliar de enfermería, una peluquera, un informático, una economista, 2 ayudantes de trabajador social y un químico?
Su infancia.
Fallaron un policía local, un chef, un segurata y una ama de casa, pero, por lo demás, estábamos todos. Es curioso cómo te reúnes 15 años después y compruebas que nadie ha cambiado... ¿O sí?
El niño tímido, canijo, uno de los payasos de la clase, es ahora un profesor de gimnasia alto y cachas, el repetidor listo, pero travieso, liante y extrovertido, es ahora un informático que ha recorrido medio mundo trabajando, la niña terremoto que parecía que nadie podría llevar por el buen camino es ahora proyecto de trabajadora social, la repetidora cortita y un poquito jeta, es ahora casi una enfermera, el niño con aires de superioridad, guapetón y listo, es ahora un policía local calvo, gordo y canijo, la niña lista y despierta es ahora madre de un hijo de 10 años que aprovecha para estudiar en sus ratos libres...
Quizás sí que hemos cambiado.
Pero ninguno hemos dejado de ser el niño que fuimos. Paradójicamente, y aunque en apariencia sí que hemos cambiado, la empollona rara, sigue siendo la empollona rara, los payasos de la clase, siguen siendo el alma de las fiestas, la introvertida y aburrida, sigue siendo la más muermo...
Resulta extraño ver cómo la gente con la que has pasado media vida, unos niños, son ahora padres de familia hasta responsables. ¿Ven? En ese punto me alegro de no parecerme a ellos. Si les digo la verdad, me alegré de que, en la cena, me tocase en pleno sector masculino, era más divertido que formar parte del corrillo de Mª Teresa Campos y escuchar lo mal que se pasa al parir...
Me gustaba la idea de volver a verles, y me sorprendió el hecho de que todos nos llevásemos tan bien aún. Y más aún cuando cada uno ha acabado en un sitio diferente, continuando con su vida, desligándose de ese lugar.
Me hacía especial gracia ver al repetidor tocapelotas. Por alguna razón, se pasó gran parte de mi infancia tocándome las narices en el patio, y recibiendo collejas de mi parte, pero nos llevábamos realmente bien. Quizás porque me tocara media vida escolar sentada a su lado, o quizás porque fue el novio de mi alter ego en el colegio, quién sabe.
Me resulta curioso. En un grupo, todos respondemos a un estereotipo, a todos nos cuelgan una etiqueta, y según mi estereotipo, debería haberme llevado bien con una serie de personas a las que, en realidad, nunca he tragado, y debería haberme llevado a matar con las personas con las que siempre me he llevado más que bien... De lo cual me alegro, porque de lo contrario me habría rodeado de una panda de "gil-y-pollas" bastante infame.
En resumen, hay cosas que no cambian: un hombre puede tener 15 ó 30 años, pero siempre se pasa las horas en los garitos con la cerveza en la mano y apoyado contra la pared como si no hubiera música.
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