06 septiembre 2010 | By: Denebola

Tostón del 15... ¡Ladrillo va!

He ignorado el sonido del despertador de la forma más pasmosa; entreabriendo un ojo y alargando la mano hasta la mesilla, he acertado a abrir la tapa del móvil, darle al botón derecho y parar esa tortura infernal. Pero a los 5 minutos ha empezado a sonar otra alarma, más fuerte, más intensa, más taladrante. Tanto, que he levantado la cabeza de entre la almohada para ver qué coño era aquéllo que no me dejaba descansar. "¿Sí?", frunciendo el ceño para tratar de aplacar el dolor de cabeza que la falta de sueño me estaba provocando, he descubierto que al otro lado de la línea de teléfono sonaba la voz de mi padre, tanto o más dormido que yo, tanto o más incoherente que mi conversación. Bonita sorpresa, a pesar de la conversación de besugos, pero eran las 7 de la mañana, ¿qué se podía esperar? Se me escapa una sonrisa y vuelvo a hundir mi cara en la almohada mientras me repito mentalmente varias veces que no puedo dejar que el cansancio me venza y que me tengo que levantar. Cuando por fin consigo tomar consciencia de mí misma, algo bastante costoso cuando sólo has dormido 2 horas, me doy cuenta de que estoy casi cruzada en la cama, cogiendo la almohada con mis brazos como si fuera mi vida, cara hundida sobre ella, y la sábana totalmente enroscada a mi cuerpo, fuera de su sitio, como si por allí hubiera pasado un huracán... Creo que anoche estaba más nerviosa de lo que creía...

Y vuelvo a sonreír. Ese primer pensamiento consciente de la mañana siempre disipa todas mis agonías y me hace sentir... Feliz, la palabra es feliz, tranquilamente feliz.

Me visto para salir al parque, aunque, sinceramente, no tengo ni puñeteras ganas, pero ayer no llovió, y ya no tengo excusa. Si no cuento que apenas he dormido, claro. Cuando cruzo la puerta y salgo al exterior, el frío me atrapa desde los pies, ni siquiera ha amanecido. Me da igual, o empiezo a funcionar, o puedo darme por jodida, así que sin pensar mucho, cosa que ha sido bastante fácil, enciendo mi mp3, y empiezo con la rutina, aunque hoy parecía más una tortura china que algo que fuera a sentarle bien a mi cuerpo. Ni siquiera Arch Enemy ha podido hacer que llegase a coger un buen ritmo, el cuerpo me pesa cinco mil millones de veces más y no puedo ni arrastrarlo. Apenas he durado 20 minutos corriendo, y eso me cabrea, pero aún me cabrea más el dolor intenso que se ha alojado en mi cabeza sin pedir permiso.

Quizás la ducha me siente bien, y la verdad es que sí, quedarse bajo la ducha dejando que el agua te golpee la cara durante una eternidad ha sido una de las mejores cosas del día. Con el albornoz encima y el estómago pidiéndome a gritos algo que le hiciera callar, me dirijo a la cocina sabiendo que voy a jurar en arameo otra vez cuando tenga que empezar a contar calorías y gramos de grasa... Maldita dieta, que más que comida parece un examen de matemáticas, pero tengo que reconocer que funciona, y quiero ese vestido azul y negro de corpiño para la boda de Bego, así que a regañadientes elijo algo sólido que comer y vuelvo a jurar en arameo: no hay café molido, y no son horas de ponerse a molerlo. Luego me lo tomaré... ¿Zumo de tomate, de naranja, de piña...? De manzana. Me dijo que estaba rico, así que voy a probarlo, me pica la curiosidad.
Me paso por el blog, y el Playmobil aún no ha publicado nada a pesar de mi amenaza. Voy a poner una plantilla rosa. Ay, no, no tengo tiempo de buscarla... El mail, periódico digital... Vaya saborcillo dulzón me ha dejado el zumo de manzana... Está rico.

Y me pierdo durante interminables horas entre números, coca-colas, artículos y un millón de cosas aburridísimas que no soy capaz de volver a reproducir. Hoy soy Dori más que nunca. Y mi angelito me hace una proposición decente a la cual accedo más que inmediatamente, porque si me quedo en ese agujero, terminaré por dormir lo que no dormí anoche.

Me pongo algo que no me dé mucho calor, cualquier cosa, me recojo parte de lo que un día hace muchos años fue un flequillo con unas horquillas y me bajo corriendo a la parada del bus, y a las puertas me doy cuenta de que ni llevo la tarjeta-bus, ni un puñetero euro en el bolsillo. Maldita sea mi estampa... Vuelta a casa y visita obligada al cajero a la velocidad del rayo, o eso me parece a mí, porque con la energía que mi cuerpo lleva encima, eso es imposible, para coger el bus y plantarme en medio del paseo Independencia a esperar a que baje mi angelito. Y allí aparece, rubísima, altísima y cabreadísima, soltando improperios dignos de un camionero dirigidos a su jefe, un soplagaitas cuya única virtud es lamer culos y hacer reverencias como nadie. Los ángeles también tienen derecho a cabrearse y soltar sapos y culebras por la boca... De camino al tailandés sigue jurando y dice algo de una boina a rosca sobre su calvo cabezón y yo me río como si me hubiera fumado 4 canutos seguidos al hacerme la imagen mental. Me falta cafeína... Pero no sufro, en media hora lo subsanaré. Y vaya si lo he subsanado: 2 cafés y un té mientras ella me cuenta sus penas. Me gusta escucharla, es todo lo que yo no soy, emotivamente racional, un tejido perfectamente hilvanado de argumentos sustentados por sus sentimientos... No es que sea el mejor momento para ella, pero ahí está al pie del cañón. En cierto modo la admiro, y con el cabreo que lleva, compadezco a su jefe, el boinero, por la que le va a caer nada más llegar a la oficina.

La dejo en la puerta de la oficina y me vuelvo andando. Hace un calor horrible, pero necesito airearme, estoy atacada de los nervios con tanta cafeína en vena y quiero volver a pasar por el escaparate para ver el vestido. Allí está. Es precioso, parece que alguien ha buscado en mi mente para hacer algo así, tiene que ser mío...

Cuando entro por la puerta, sé que me están esperando esos dichosos papeles en el comedor, voy hacia allí, dejo mi bolso en el sofá y suspiro tratando de reunir ánimos mientras los contemplo. Hoy toca examen de contabilidad y tengo que repasar... Qué angustia, si ni siquiera sé qué estoy leyendo... Cosa que debe beneficiarme, un 8 en contabilidad es una gran nota.

Y justo cuando mi vaso de coca-cola ha vuelto a llenarse antes de que se cerrasen mis ojos y diera con la frente en el teclado, ha aparecido aquello que me hace sonreír como una estúpida para alegrarme un día bastante monótono y teñido por el sueño. Me he maldito por que me hubiera pillado tan en las nubes, me habría gustado estar más despierta, más con los pies en la tierra, aunque me ha acelerado el corazón como cualquier otro día y me ha hecho olvidarme de todo lo que anoche no me dejaba dormir. Siempre lo hace. Es lo único que me hace sentir tan increíblemente bien, feliz, tranquila... Me cuesta expresarlo, porque sé que me quedo corta y que sólo otra persona sabe a qué me refiero, nadie más. Y siempre se hace demasiado corto, y siempre hay cosas que se me han quedado en el tintero, y siempre hay cosas que me callo, y siempre me quedo con ganas de más, y siempre me quedo embobada ahí como si el tiempo se hubiera parado pensando lo que acaba de pasar y recordando cosas, cosas que echo de menos con una fuerza cada vez mayor.

Parece mentira que haya cosas tan fuertes, tan intensas... Y creo que me voy a dormir, porque estoy flotando otra vez y hace unas horas que he renunciado a la cafeína.

Y no sé por qué, mañana creo que me acercaré a Mango a probarme alguna falda...