31 agosto 2010 | By: Denebola

¿el hábito hace al monje?

He tenido que pisar mi tan amada y a la vez odiada facultad por motivos que no me apetece contarles. Es extraño cuando pasas un tiempo sin ver un sitio y vuelves por allí... Esas paredes guardan tantos momentos de mi vida que se me hace extraño volver a ver ese edificio y que esté tan cambiado. Parece increíble que allí pasara más de 12 horas al día durante tanto tiempo.

A todos nos cuelgan una etiqueta por lo que estudiamos o de qué trabajamos.
En Zaragoza, los ingenieros eran los fiesteros, jetas y más salidos del mundo, salvo los informáticos, que por lo general eran personas tremendamente inquietas y ávidas de cualquier conocimiento (luego estaban los ingenieros frikis, ésos de los bolis y la calculadora en el bolsillo de la camisa, con gafas y la raya al lado, que daba igual de qué rama fueran), los de derecho, los pijos, los de filología, los bohemios y estravagantes, los de historia, los cantamañanas, los de economía, aburridos de día, desmadre de noche, los de LADE, los hijos de papá (estos 2 últimos, podríamos decir que se entremezclaban), y así, un largo etcétera de generalidades.
Lo cierto es que en mi clase había más hijos de papá que aburridos economistas. Cuando uno se acercaba a mi facultad, el nivel de pijerío y "oseas" se elevaban a la n-ésima potencia, y en lugar de andar por un edificio daba la impresión de estar caminando por la pasarela Cibeles. Daba bastante grima, la verdad, aunque siempre era divertido esperar a entrar en uno de los bancos y escuchar conversaciones más propias de quinceañeras adolescentes adornadas con "osea, qué fuerte me parece" o "¡qué alucine, tía! ¿En serio me lo dices?"...
Pero no sólo a los alumnos se nos encasillaba, también a los profesores. Los de econometría eran los fachas, siempre de traje y gomina, los de microeconomía, los progres, los de macroeconomía, los nacionalistas (irónico, sí) a los que podías ver en cualquier "manifa" y te venían a dar clase con la palestina y un look digno de Labordeta, los de contabilidad, unos personajillos tremendamente aburridos, cuadriculados e intransigentes, los de fiscalidad, unos dictadores y bastante amargados con jerseys de pico... Y seguiría.
Sin embargo, en mi visita de hoy, he comprobado que eso de los tópicos se ha homogeneizado, no sé muy bien si por eso de la generación Ni-Ni, o que un estereotipo ha engullido a los demás, pero ha sido cruzar la puerta, y todas las chicas se han vuelto hijas de Bershka y Mango, y todos los chicos, clones de Cristiano Ronaldo.
Se supone que cuando eliges por dónde vas a seguir estudiando, lo haces conforme a tus gustos y aptitudes, y la mía es una carrera que te exige saber un poco de todo y todo de nada, es decir, ni se puede calificar enteramente de ciencias, ni enteramente de letras, ahí estaba la gracia de la heterogeneidad de todo el que habitaba ese edificio, que cada uno éramos de nuestro padre y de nuestra madre, como suele decirse, y ahora... Son todo clones.
Mis antiguos compañeros de clase se han distrubuído entre los diferentes estereotipos. Los estirados que trabajan en bancos o cajas, los aburridos y cuadriculados contables y asesores, los gestores e inspectores que acojonan a todo el que osa ponerse en su camino, los crueles y postizos hijos del márketing y publicidad, los hiper-mega-chachis que se han arriesgado a la rama del comercio & publicidad on line... Pero, ¿y esta nueva generación?
Cuando entré en esta carrera, evidentemente no era como soy ahora, es decir, lo que me ha aportado no han sido sólo conocimientos, sino también un modo de trabajo, y un modo de pensar y ser. Sí, quizás mi predisposición o mi forma de ser al principio han condicionado que acabe donde he acabado y lo que he acabado siendo, una aburrida contable, más o menos, pero, ¿es cierto eso de que el hábito hace al monje? Es decir, ¿que yo eligiese la contabilidad me ha hecho ser aburrida y coñazo? Porque la verdad es que, con estas nuevas generaciones, no veo tan claro que sigan en pie esos estereotipos, más bien creo que se convertirá todo en una masa homogénea y amorfa de "oseas" y "Ey, nena" que no haya absorvido ni un ápice de conocimiento ni modus operandi, sin rasgos distintivos de personalidad propia ni ideas o inclinaciones de ningún tipo. Evidentemente, estoy generalizando, siempre hay excepciones.
Entonces, ¿el hábito hace al monje? ¿O el monje nace monje desde un principio?