Todos, cuando vivimos con nuestros padres, hemos pensado alguna vez eso de "madre mía, qué ganas tengo de independizarme...", sobre todo después de alguna discusión con alguno de nuestros padres. Y esque, da lo mismo ser hijo único, tener un hermano o ser familia numerosa, el sólo hecho de convivir crea tensiones, y si ya convives con alguien que tiene cierta influencia o poder sobre ti, como son tus padres, la convivencia es aún más dura. Por eso de las obligaciones, que te manden y no poder negarte. Vamos, que a veces terminas hasta el mismísimo arco de triunfo.
Pero, ¡ay, amigo!, ese día llega, nos llega a todos.
El preciado día en que te independizas, ves una luz al final del túnel y vives en el cielo. O eso crees. "Ya no me va a volver a dar el coñazo mi madre", es lo primero que se te pasa por la cabeza.
Sí, sí, el cielo... No tienes que escuchar a tu madre en tono imperativo incitándote a bajar la basura. Ni a fregar los platos. Ni a poner la mesa. Ni a hacerte la cama. Ni a nada. No. Es aún peor: tienes que hacerlo por propia iniciativa. "¡Bah! No tengo ganas de fregar los platos, ¡ahí se quedan", y no tienes a tu madre llamándote en ese tonito que te saca de quicio para que lo hagas. Qué bien... Pero al día siguiente, los platos, los vasos, los cubiertos, las sartenes, siguen ahí, sucias, cada vez más, y si no te pones a ello, puede que termine habiendo un universo paralelo de seres microscópicos habitando ahí. Igual que la basura que nos daba pereza bajar anoche, solo que ahora huele toda la casa que parece un estercolero... Y no, estábamos demasiado cansados para ir a hacer la compra. Resulta que tendremos que contentarnos con unas patatas de sobre con ketchup para cenar...
Entonces te das cuenta de que no terminas de hacer algo, que ya tienes otras 20 cosas que hacer. Las obligaciones se te multiplican por esporas. No se te ha secado aún la ropa y ya tienes que empezar a preparar la plancha, porque sino mañana no podrás ponerte una camisa para ir a trabajar que no lleve un lamparón de café o de salsa de tomate. Y esque, no es tan sencillo como pensabas, por ejemplo, eso de planchar. Por alguna razón que no entiendes, todas esas arrugas no se van del pantalón. Y ya ni hablemos de hacer la raya... ¿Tendrán que ver todos esos botones que tiene el cacharro en cuestión? ¿Tocas alguno? ¿O mejor te quedas como estás, por si terminas achicharrando la chaqueta o abriéndole algún boquete?
Con lo bien que se vivía en casa, que tu madre te lo hacía todo... Y qué bien cocina mamá. Con la de veces que le he visto hacer las empanadillas y no sé cómo, termino comiendo una masa empapada en aceite por un lado, y bonito con tomate en sopa de aceite por otro. Joder, qué bien vivía con mis padres. Pero ya no hay vuelta atrás, tu orgullo te impide volver a casa de tus padres (y ellos también viven muy bien sin que tú les pongas la música a toda leche, ni les rezongues a cada cosa que te "piden amablemente" que hagas, no te engañes).
Pero eso no es lo peor. No.
Lo peor viene cuando te pones malo. Nadie te hace la sopita calentita que te daba mamá. De hecho, no es que estés febril e incapaz, esque no tienes ni puñetera idea de cómo hacerla, porque aunque pienses que no puede ser tan difícil, sabes que la vas a liar parda y no va a estar igual que la que hace ella. Ni te bajan a comprar el dopaje, ni te llaman al trabajo para avisar de que estás con 39º de fiebre, ni te arropan con la manta, ni... NADA. ¿No querías estar solo? Pues apechuga.
Y peor aún si cabe: las noches. Esas noches después de cenar en el sofá viendo cualquier chorrada en la tele, esos días que has tenido tontos porque te ha dejado el novio o porque has tenido una enganchada con el colega de turno en los que tu madre te daba mimitos ignorando que ya no tienes 12 años y que a ti en esos momentos te la traía al pairo porque te sabían a gloria. Eso se acabó.
Sí, es cierto que ya no discutimos, ni tenemos que dejarnos mangonear para hacer todo eso que no nos gusta. Ahora lo tenemos que hacer igual, estamos vendidos. Y echamos de menos los mimos. Hasta echamos de menos esos gritos. Incluso alguna que otra zapatilla voladora...
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3 comentarios:
Ya no quiero independizarme, joder.
De casa me voy a vivir cn ellas, y espero ser una persona normal y que me aguanten...
Hombre, normal, normal, no será nunca. Es de Playmobil.
Que te den. Por el ojal.
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