He pisado bares, he olido a ducados, he visto a gente con el palillo en la boca, me he manchado las zapatillas con colillas de tabaco y serrín, he bebido vino, mucho vino… He disfrutado.
Pero mis experiencias y sensaciones ibéricas no era lo que quería narrarles, es un hecho aislado, más bien una crítica. El sábado por la noche me ocurrió algo totalmente surrealista. Procedo a ello.
Madrid, aproximadamente las cinco de la mañana, populosa barriada de Moratalaz, la noche totalmente cerrada, dos individuos se dirigían a tomar “la penúltima” y a reencontrarse con algún elemento más de la manada. Obviamente hablo de mí y de otro compañero de fatigas conocido como “El Quedao”.
Antes de continuar con la historia, les haré una pequeña descripción de “El Quedao”. Este personaje es de ese tipo de personas que hablan poco, pero cuando lo hacen es con una gracia superlativa y soltando frases sentenciosas.
Volviendo al tema que nos ocupa, y aproximadamente a unas pocas decenas de metros del siguiente establecimiento al que nos dirigíamos, “El Quedao” rompe su silencio diciendo:
- “Me voy a hacer un porro gordaco que estoy gastando el pedo con tanto paseo.”
Llevábamos aproximadamente 10 metros andando.
En ese preciso instante y apareciendo de la nada un coche se detiene junto a nosotros y dos elementos vestidos de paisano salen apresuradamente del vehículo gritando al alimón:
- “ ¡Alto! ¡Policía!”
“El Quedao” haciendo honor a su nombre, hizo la estatua, yo por el contrario di un salto hacia detrás, recogiendo mis brazos hacia el pecho y retorciendo las piernas en un gesto instintivo para proteger mis genitales, como cualquier animal haría pero quedando en una postura totalmente ridícula y más gay imposible.
Tras recuperarme del susto y viendo a “El Quedao” exactamente igual que 5 segundos antes, es decir, china de hachís en mano diestra y mechero en la siniestra, los dos agentes de la ley se acercan a nosotros y tras identificarse nos piden la documentación y a “El Quedao” le preguntan qué es lo que tiene en la mano derecha, éste, sin cambiar un ápice su hierático rostro sentencia:
- “Es un huevo pakistaní de veinte euros, por eso es tan pequeñajo, tenía pensado fumarmelo entre hoy y mañana, pero que por desgracia, me temo que me vais a quitar. Espero que lo disfrutéis tanto como yo lo hubiera hecho.”
Tras esto y con un gesto de displicencia, el policía que llevaba la voz cantante nos pide que nos vaciemos los bolsillos sobre el capó del coche, en un tono que a mi no me gustó en absoluto. Mis gónadas estaban comenzando a hincharse adquiriendo el tamaño de dos manzanas reinetas y repliqué:
- “Sin ningún problema, agente, sin embargo me va disculpar y puede que me equivoque debido a las altas horas que son y al cansancio acumulado que llevo hoy, pero creo que no nos conocemos y por tanto no recuerdo haberle concedido el honor de tutearme, y al igual que hago yo, le rogaría que mantuviese el mismo trato que yo le doy.”
“El Quedao” me conoce, y sabe que cuando me pongo así no hace falta que intervenga nadie más, por lo que volvió a su estado vegetativo.
Tal vez fuese el estado de embriaguez, el cual afortunadamente no era lo suficientemente alto como para no vocalizar correctamente, máxime tras el susto inicial, pero me dotó de unas ganas tremendas de sacar a Pirómano en su máxima expresión ante el trato vejatorio que estábamos sufriendo.
El policía con mi DNI en mano, me preguntó acerca de mi domicilio, una tremenda carcajada sorda resonó en el interior de mi cabeza, pero manteniendo mi cara totalmente impertérrita contesto:
- “Pensaba que para aprobar las oposiciones era necesario saber leer.”
Sabía perfectamente que me la estaba buscando, pero no podía mantenerme callado viendo cómo nos tenían retenidos ya más de 15 minutos por una simple china de hachís.
- “Será mejor que se mantenga en silencio, caballero, si no quiere tener más problemas.” Replicó el policía.
- “No sé en que tipo de problemas estoy cuando no llevo sustancias ilegales –era cierto-, no estoy conduciendo en estado de embriaguez y que yo sepa, no estoy en busca y captura.” Lo siento, pero no pude aguantarme.
“El Quedao” volvió por unos instantes de su universo paralelo para darme dos golpecitos en el brazo y decirme:
- “Eh tío que vienen dos coches más.”
Efectivamente, dos patrullas más del honroso y enorgullecedor Cuerpo Nacional de Policía se detuvieron junto a nosotros. El tamaño de mis testículos iba en aumento a cada minuto que pasábamos con un frío polar y húmedos debido a la fina lluvia que caía.
Aquello parecía una reunión de policías y nosotros dos, miembros de Al Qaeda. Mis genitales eran dos sandías:
- “¿Por qué no, en lugar de estar aquí tres patrullas con nosotros que no hemos hecho nada, salvo tener mi amigo un mínimo trozo de hachís, van a donde verdaderamente hay escoria? Al igual que yo, ustedes saben donde encontrarlos, vivo muy cerca de ahí. Pero eso supone meterse en problemas y eso es lo que no quieren. Prefieren pasar aquí el rato con nosotros dos que somos inofensivos y así cumplir el expediente.”
A lo cual uno de los policías de uniforme contestó:
- “Tu no eres nadie para decirme donde tengo que ir.”
- “Ni yo sabía que tuviese tantos amigos en el cuerpo como para que todos me tuteen”.
El policía me miró con la cara del animal rabioso, enfurecido e impotente, sabedor de que nada podía hacer, pero esa era mi intención, tocarle las narices tanto como me las estaban tocando a mí sin motivo.
Tras más de treinta minutos bajo la lluvia que empezaba a arreciar “El Quedao” volvió de uno de sus viajes astrales y juntando las palmas de las manos como el niño que se hace las fotos para el recordatorio de la comunión, poniendo esa misma cara angelical que todos tenemos en dichas estampas, le dijo al policía de paisano:
- “Por favor, devuélvame mi documentación, el hachís ya sé que no me lo va a dar, póngame la multa, pero deje que nos marchemos ya, que tengo frío, me estoy mojando y al final nos van a cerrar el bar y yo quiero otra copa más.”
Giré la cabeza y le miré con la misma cara que se debe tener cuando estás sufriendo un poltergeist.
- “Porfiiiiiiiiiiii”
Si, “porfi”, le dijo “porfi” al policía, yo no daba crédito a lo que acababa de escuchar, y no pude articular palabra.
Dos minutos más tarde nos devolvieron nuestra documentación y dejaron que nos marchásemos. Pero yo tenía una rabia enorme dentro de mi, me parecía totalmente fuera de lugar, que tres patrullas de la policía nacional nos abordasen en mitad de la noche, nos retuvieran bajo el frío y la lluvia durante más de 40 minutos para absolutamente nada.
Pirómano
5 comentarios:
Llega a ser en tu otro país y seguro que el policia es un ranger y mueres por una patada giratoria.
Emmm... Acabo de ver Walker.
PD: Así va el país... Pero da gusto saber que eso pasa en todas partes, no solo aquí (lo de que la policia sea algo inutil incapaz de ir donde hacen falta y hacer el trabajo por el que cobran)
Me habría gustado ver a Pirómano in action...
A mí es que el Quedao, me parece un ser admirable :). El otro día vi cómo registraban en el metro a un niño de unos 12 años, y no es broma, por si tenía "droga" para "pasar". El pobre niño más nervioso que un presidente de mesa electoral en el recuento, sin saber a dónde mirar. Y ni siquiera llevaba droga!
A mí, lo de porfi, me recuerda a Morgue...
Sí, digo mucho porfi, cuando quiero algo de verdad... me sale solo, cuando tengo muchas ganas de algo... el jueves pasado dije porfi, muchas veces, y acabó funcionandome. Nunca se sabe...
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