Quizás había abusado de su bondad y no se había dado cuenta de que, gota a gota, el vaso se va colmando hasta rebosar, y que la última gota haría derramarse todo el vaso...
Quizás por eso no se había dado cuenta de que no se había portado bien, pero que esto último ya no tenía nombre. También la culpa era suya por permitirle portarse así... ¿No?
No, no, nada de excusas, eso no le quitaba responsabilidad de lo que había hecho, de cómo se había portado.
Sólo fue consciente cuando, en lugar de permitirle lo que no tenía excusa, como de costumbre, en lugar de ponerse en su lugar y comprenderle, como de costumbre, sin mediar palabra, sin mostrar ningún gesto en su rostro, se dio media vuelta y le dejó allí.
No lo había hecho nunca.
Eso le dio que pensar.
¿Qué pasaría ahora? ¿Qué debía hacer ahora?
Se sentía como si le faltara una parte. Gran dolor. Era soledad. La sola idea de no volver a tenerle a su lado, de no volver a ver su rostro, ni oir su voz, ni su risa... Le dejaba un vacío increíble, sentía como si algo le oprimiera el corazón y tirase hacia abajo, como si una mano invisible le cogiera de la garganta y no le dejase hablar, respirar, nada.
El mínimo pensamiento sobre la pérdida tan grande que podía implicar, le aterraba. Tenía pánico. Quería recuperarle, pero ni siquiera sabía si le había perdido...
Entre la confusión y saber que podía perder lo que ahora sabía que era lo más importante que tenía...
Y era tan sencillo como pedir perdón y aprender la lección.
A veces el miedo no nos deja pensar con claridad...
"Los árboles no le dejaban ver el bosque..."
La Ñeka estrena el año con un relato. Feliz año.
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