Odio la playa, tan duro, tan seco, tan tajante y tan simple. Pero no sólo ese lugar lleno de arena, agua y gente, sino también el ambiente que la rodea, me explico.
En primer lugar está el ritual de camino a ese lugar repleto de ponzoña y detritus, llevar miles de trastos, paletas de tenis, sombrillas, toallas, artilugios hinchables de ridículas formas etc...
Con suerte, el camino lo puedes realizar a pie, bajo un sol de justicia debes cargar como la mula Francis con todos los objetos anteriormente mencionados, pareces un hombre anuncio de un bazar. La distancia que hay de tu vivienda a la playa es directamente proporcional al cabreo con el que llegas a la misma. Por contra, si el trayecto has de realizarlo en coche la odisea puede ser aún mayor. Evitas llevar sobre tu cuerpo toda la retahíla de accesorios, pero debes conducir por carreteas estrechas, más propias del rally de Córcega, después encontrar un sitio para aparcar, que por regla general está casi tan lejos como tu casa, y vuelta a empezar, sombrilla en un hombro, toalla en otro, mochila con la cremallera a reventar y caminar entre polvo, arena abrasadora y con Lorenzo saludándote desde lo alto con todo su esplendor.
A duras penas encuentras un lugar donde clavar la sombrilla, colocar las toallas y soltar todo el peso que llevas encima. Una vez posicionado, ¿qué hacer? ¿disfrutar? ¿de qué? ¿de estar bajo una sombrilla con 40º en apenas 30 centímetros que tienes de espacio mientras intentas colocarte en una postura “cómoda” y en la que descubres que lo tuyo no es el contorsionismo al intentar poner una pierna sobre tu cuello para no tocar con el pie la arena con el fin de evitar quemaduras de tercer grado en el empeine? Porque, la posibilidad de estar en la playa sin sombrilla está, al menos por mi parte, totalmente desechada.
Giro la vista a la izquierda y veo a dos muchachas jóvenes, probablemente llamadas la Rebe y la Lorelai que, seguramente, no sobrepasen los 25 años pero que el efecto del sol ha hecho mella en sus lozanos rostros y se acercan más a Marujita Díaz que a una chica de esa edad, en busca de un más que probable melanoma al comprobar que aparte de estar sin ningún tipo de protección solar se untan con un aceite de olor nauseabundo y tacto aún más desagradable para conseguir una tez morena. A mi derecha una cosa roja como un tomate, con una barriga como el balón de Nivea que acabo de inflar y pelo blanco – ¡Coño! Este debe ser mi regla, como la del anuncio de las compresas pero en versión masculina -. En definitiva, un cuadro totalmente esperpéntico.
Así dejas pasar un rato hasta que el calor te puede y necesitas refrescarte, un baño no puede ser malo del todo. Como si caminases sobre brasas incandescentes y al ritmo del canguro llegas al agua en la que metes los pies aliviado, mientras te sale humo de las plantas. Ya que estás ahí, decides adentrarte más para refrescar todo tu cuerpo, y vaya si te refrescas, cuando el líquido elemento te llega la altura de la entrepierna no sabes si tienes testículos o dos cubitos de hielo cayendo en el vaso de tubo haciendo el típico tintineo.
Con cara de asco al pensar la cantidad de cosas que hace la gente ahí dentro y medio congelado te introduces lo suficiente para que no te llamen abuela y mojarte el pelo. Jugueteas un poco con el agua, te has aclimatado y estás a gustito, hasta que una corriente sospechosamente caliente llega a tus piernas, pataleas y te alejas de ese sucio lugar. Sales del agua intentando imitar a Mitch Buccannan, pero una concha clavada en la planta del pie te devuelve a la realidad.
Cagándote en todo lo que vuela, otra vez con los pies ardiendo y esta vez además, llenos de arena, llegas a tu reducto, vuelta a la postura de la flor de loto. Tienes sed, te acercas al chiringuito y…¡Oh sorpresa! El puñetero chiringuito está hasta arriba de gente y por una cerveza de lata te cobran 3 euros, pero eres un borracho, con sed y mosqueado pagas religiosamente y te marchas de nuevo a practicar yoga, ligeramente feliz porque tienes una cerveza, que al abrirla te recibe con un espumarajo en toda la cara y más caliente que la planta de tus pies.
Llega la hora de comer y buscas un lugar relativamente decente, pero alguien ha tenido la felicísima idea de traer comida.
- “Vamos a comer aquí en la playa que se está muy bien”
- “Pues yo preferiría que me acusasen de hereje en la época de Torquemada, oiga.”
Así que, sacan una serie de tarteras con filetes, secos, fríos y te asalta una terrible duda ¿eso está empanado o es que está lleno de arena? Con asco te lo comes, no te queda más remedio, así que allí estás, sentado haciendo yoga, pasando un calor de mil demonios, comiendo arena y esquivando los rayos de sol que te empiezan a pegar en la chepa, porque si señores, la tierra gira sobre sí misma –espero que ahora no venga Torquemada- y por ende cambiamos de posición con respecto al sol. Comienza la lucha por colocar la sombrilla de nuevo y evitar ser abrasado como una hormiga bajo el cristal de una lupa.
Afortunadamente llega el momento de marchar -¡albricias!- y llega el ritual descrito al principio del artículo pero a la inversa, unido a la agradabilísima sensación que produce ponerse la camiseta con toda la sal en el cuerpo y el calzado con los pies como croquetas. ¡Que gustazo! Sentir como si te estuvieses poniendo una camiseta de cartón y dentro de tus zapatillas un ejército de hormigas baliando al son de un cha, cha, cha, todo esto, contando con que no se te haya metido arena dentro del bañador, el súmmum del placer.
En fin, respeto a la gente que le guste la playa, no lo puedo entender, pero lo respeto. Tal vez yo sea demasiado “de ciudad” y haya exagerado, no lo creo, en algunos aspectos, pero lo que no me pueden negar es que esto es cierto.
Reciban un saludo de mi sudorosa y llena de arena mano.
Pirómano.
6 comentarios:
Cuantas verdades ha dicho.
Donde esté la montaña con sus cabras...
Quiere ser colaborador o no?
En la montaña hay bichos y gramíneas, combinación perfecta para una explosión de plantera alergia...
En cuanto a la playa, yo sólo he disfrutado esos ratos jugando a voley, gafas de sol, camiseta y gorra. Luego, al acabar el partido y ser consciente de cómo había acabado rebozada de arena... Sólo me quedaba el consuelo de que, al llegar a casa, antes de escuchar los gritos de mi madre, pasaba obligatoriamente por la piscina a horas intempestivas, con toda la piscina para mí...
gafas de sol, camiseta y gorra...
Donde llevabas el bikini o bañador? lo llevabas? lalalala
Bikini, siempre bikini, y de rayas, como Eva María...
Sólo que correr detrás de un balón en bikini... En fin, que la camiseta hacía su función evita-chulos de playa y babosos, a parte de que de ese modo no me quemaba al sol.
que morbo
La playa es divertida dependiendo no sólo del ambiente, sino de la compañía. Por supuesto el primero es ciertamente repugnante, si hay otro sitio donde encontrarías similar fauna y flora sería en las estaciones de tren, pero algunos más vestiditos. Pero yo reconozco que, aunque odie estar llena de arena, aunque no soporte a la gente que me rodea(y menos en la playa), me lo paso PIPA, y digo pipa en mayusculas, en el agua :).
Y la montaña, me gusta, se respira bien. Y bueno, yo también soy bicho de ciudad, y también me gusta.
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