08 enero 2011 | By: Denebola

Noches de Reyes

Guardo un recuerdo bastante bonito de mis mañanas de Reyes.

Cuando yo era la dueña y señora de mi casa (porque, ¿para qué engañarnos? cuando yo nací, me adueñé de las vidas de mis 2 inexpertos progenitores, y no en vano mi madre me calificó de pizpireta y parlanchina, era un terremoto... Encantadora, sí, pero terremoto) eso de despertarme y salir corriendo desde mi cuarto gritando de emoción hacia la otra punta de la casa y abrir los regalos envueltos en papeles de colorines y lacitos preciosos, me encantaba, pero el problema llegaba cuando no tenía con quién jugar y compartir esos juguetes que tanto me gustaban. Por eso no tardé demasiado en pedir un hermano, porque me aburría. Literalmente. He de decir que se hizo de rogar, pero claro, cuéntenle eso de los 9 meses a un crío de 3 años (a parte del tiempo de decisión sobre si tener a o no a otra como yo pululando por casa).
Cuando mi hermana fue consciente de la noche de reyes, yo ya era conocedora de ese gran secreto que entrañan los Reyes de Oriente. Quizás por eso dejé de madrugar la única mañana del año que lo hacía por voluntad propia. Pero mi hermana no. Se quedaba en la cama, despierta, esperando a que yo despertara, a veces no podía más y se arrodillaba en el suelo tirando de mi cubierta a ver si yo abría algún ojo para preguntarme eso de "¿Nos levantamos?", y la cogía de la mano, más dormida que despierta para ir al comedor a mirar los regalos y esperar a que se despertasen nuestros padres. No me pregunten por qué, pero siempre esperábamos...
Ese recuerdo de mi canija rubia con sus caracoles en el pelo, con los ojos emocionados al ver los regalos, me encanta.