15 enero 2015 | By: Denebola

Pereza, sol y nieblas. Mala combinación.

La luz del sol.
Nunca me había percatado de la importancia en mi vida de la luz del astro rey hasta que mi vida se transformó lenta e inexorablemente en la de un monje cartujo.
Hasta mis pautas de comportamiento y ánimo se corresponden a las horas de luz que tengo alrededor.
Es curioso, porque antes no me importaba en absoluto y no entendía por qué a mis compañeras de trabajo les parecía tan desesperante salir a las siete de la tarde de trabajar siendo de noche cuando se acercaba el invierno. Ni siquiera cuando estuve en Dublín lo noté, que amanecía a las cuatro de la mañana y el sol, si es que las nubes lo habían dejado salir, desaparecía pocas horas después de mediodía en mayo. ¡Mayo! ¿Cómo sería en invierno?
Ni siquiera  en Ámsterdam, que la lluvia nos acompañó todas las vacaciones, lo noté.
Y sin embrago, ahora puedo entender a todos esos guiris que llegan aquí y se plantan embadurnados de crema solar durante horas en la playa a ver si pillan un buen melanoma... No es que yo vaya a hacerlo, no es que mi melanina sea muy amiga de los rayos UVA, pero sí puedo entender su fascinación al ver que tenemos una ingente cantidad de luz a lo largo del día.
El sol.
¿Quién me lo iba a decir? Yo, que soy más bien de lunas. Lunática, mejor dicho.
Tal vez simplemente me hago mayor.
Aunque aún no noto la artrititis, no se preocupen.
Sin embargo, ahora que estaba haciendo un descanso en mi monótona existencia, contemplando mi paquete de tabaco a punto de perecer, al pensar en bajar al estanco y comprar más, la sola idea me ha hecho gemir de frustración.
Bajar a la calle. De noche. Horror. No me apetece en lo más mínimo.
No por la oscuridad, apenas hay tres minutos escasos de caminata en una calle perfectamente iluminada, sino pereza, simplemente es que mi mente asocia oscuridad a hora tardía. Y son sólo las siete de la tarde.
Realmente me da exactamente igual bajar ahora que mañana por la mañana. O, si lo pienso bien detenidamente, sería muchísimo mejor ahora que por la mañana, porque amanecer con una niebla digna de Silent Hill hasta casi las dos del mediodía está empezando a convertirse en el pan nuestro de cada día aquí en Zaragoza.
Niebla horrenda y espesa como el cemento armado, de ésa que no te deja ver ni tus propios dedos cuando extiendes la mano al frente.
Y sin embargo, no me molesta lo más mínimo porque a pesar de todo hay claridad. Es de día.
¿Incoherencia? ¿Tal vez me estoy volviendo loca?
No, más bien necesito tabaco. Debe ser el síndrome de abstinencia y que sólo estoy escribiendo para encontrar una excusa para no bajar.
O que empiezo a notar la astenia primaveral antes de que llegue la primavera y todo.
El caso es no bajar a por tabaco aún a sabiendas de que no voy a aguantar el mono.
Vale, sí.
Me estoy volviendo un poquito más loca con la edad.