Dicen que, en los recuerdos, lo primero que se pierde es el sonido de la voz de la persona que has dejado de ver, por el motivo que sea.
Es el primer paso para que ese recuerdo empiece a deteriorarse.
A descomponerse.
A destruirse.
A borrarse.
Hay muchas personas que he perdido a lo largo de mi vida y, sorprendentemente, puedo decir que eso es cierto, porque, ya sea porque soy un culo de mal asiento, porque tengo la tendencia de desaparecer o intovertirme de un modo enfermizo cuando sé que soy insoportable y no quiero que nadie más que yo lidie con mis demonios, o porque sencillamente hay personas con las que me siento tan decepcionada que sencillamente no les doy opción a volver a mí, puedo decir que hay muchas personas a las que no he vuelto a ver a lo largo de mi vida.
Sin embargo, también soy increíblemente emocional y, cuando alguien me toca el corazoncito, no lo olvido. Y cuando digo que no lo olvido, es que ni siquiera olvido su voz.
Lo gracioso del asunto es que hay personas cuya existencia había olvidado, literalmente, y sin embargo, aunque ni siquiera recuerdo sus nombres, ver una foto, recuperar un mínimo recuerdo... Y ahí está, su voz.
Odio, amor, amistad...
Todos esos sentimientos me hacen recordar detalles que... Sí, ahí está, su voz.
Y sin embargo, hay personas cuya presencia nunca ha llegado a arraigar en mí y que... Su voz no existe dentro de mí.
No puedo.
Soy incapaz.
Es como si no pudieran hablar en mis recuerdos.
Mudos.
Supongo que dice mucho de mí que la persona que ahora mismo me venga a la cabeza sea mi último ex.
Sí, me hizo mucho daño, pero no más que otros, con lo cual me planteo si realmente tuve sentimientos por él.
La respuesta es clara.
No.
Creí tenerlos.
Pero no los tuve.
Es gracioso, porque recuerdo la risa siempre divertida de Patricia, recuerdo perfectamente los gruñidos de mi abuelo cuando perdía el Zaragoza o los lamentos de mi abuela cuando veía a un torero que lo pillaba el toro (jamás me pregunten por qué le gustaba ver los toros mientras hacía punto, porque ella decía que no le gustaban...). Recuerdo incluso los comentarios sarcásticos en extremo de Jordi o el tono airado de Pili cuando perdía una recepción en voleybol (lo malo de ser receptora en voley es que siempre, la otra receptora, es un camionero... Al menos, todas mis compañeras lo fueron). Y recuerdo los dardos envenenados de Andrea. O los lamentos de Eva.
Y todas las personas que he nombrado no las veo desde hace quince o dieciocho años.
¿Por qué soy incapaz de recordar a mi ex, si lo vi en el 2010? Estuve con él y su nuevo ligue en uno de los garitos de Zaragoza, lo recuerdo a la perfección y, sin embargo... No su voz.
Se ha desvanecido.
Fácil respuesta, porque dejó de importarme su recuerdo.
Dejó de importarme él.
Dicen que los cáncer tendemos a vivir en el pasado. Yo no estoy de acuerdo, no es que vivamos en el pasado, es que el pasado nos está muy presente. Nos pesa.
Eso es bueno.
Y malo.
En este tema, para mí, es bueno.
Pone de relieve sentimientos y sensaciones que, de otro modo, no sería consciente de tener. Porque, por si no lo saben, nado en emociones. Como todos los cáncer.
Sin embargo, hay un recuerdo que no me deja.
Y yo no quiero que lo haga, todo hay que decirlo.
Él.
Siempre él.
Todo él.
No es sólo que recuerde su voz, sino que lo recuerdo todo, TODO, como si lo estuviese sintiendo en ese preciso instante.
Su voz siempre con ese puntito de diversión, su media sonrisa entre traviesa y soñadora, su mirada verde perdida, como si estuviera en otro lugar al que me gustaría ir con él. Y su forma de tocarme cuando me cogía por la cintura... Ni siquiera puedo describirlo... Sigo sintiendo escalofríos al recordarlo, porque es como si volviese a sentirlo.
Miento.
Lo siento.
Pero no es él, falta algo.
Él.
Él va más allá de todos mis recuerdos.
Él siempre será...
Él.
No importa lo que haga. No importa lo lejos que esté. No importa nada. Porque siempre será importante para mí. Siempre lo reviviré en mis recuerdos de una forma especialmente vívida, porque para mí siempre será la persona más importante, aunque no esté ahí para mí... Nunca va a haber nadie como él para mí. Y supongo que lo supe incluso antes de conocerlo, aunque fuera de una forma extraña y en ese momento no fuese consciente...
Es duro. Es jodidamente duro no tenerlo cuando es todo lo que deseas, todo lo que buscas, todo lo que...
Él es todo.
Y lo echo de menos de una forma dolorosa.
Y sin embargo, siempre está ahí.
Es... Tan jodidamente frustrante...
Y sí.
Ya lo sabían.
Estoy un poco loca, pero quédense con el mensaje de post: ¿recuerdan o no recuerdan la voz de esa persona que dicen ser importante para ustedes?
Divagaciones de 3 perturbados
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Palabras que empiezan con A: Adicción, Amell, Amor... ¡¡ARROW!!
Hay que conocerme un poquito para saber hasta qué punto soy una mujer adicta... Al chocolate, por ejemplo.
No es amor.
Ni obsesión.
Ni siquiera una adicción.
Roza la enfermedad, lo admito abiertamente.
Y no es lo único a lo que me declaro adicta, por supuesto, hay muchas cosas más.
¿Para qué negarlo? Todos tenemos nuestros pequeños y grandes vicios.
Hoy por hoy, tengo un vicio que añadir a los ya existentes.
Y es que Arrow ha vuelto de su pausa invernal (en EEUU, por supuesto, aquí tendremos que esperar hasta el verano para ver la tercera temporada entera en abierto, como todos los puñeteros años, pero en cuanto a mis vicios no tengo en absoluto mi característica, interminable y eterna paciencia).
Oh, Dios, adoro a Oliver Queen (vale, a Stephen Amell, también). Así que voy a poner mi granito de arena para engancharles a mi particular droga. ¿Quién no se quedaría enganchado de esa arrogancia? ¿De esas caras de póker? ¿De esas miradas que...? *escalofrío*
Les dejo la promo de la tercera temporada y mientras, yo me voy a tomar mi dosis diaria de Arrow *suspiros* (sí, tengo la serie al completo... ¿Qué pasa?).
Disfruten. Y lo siento, no la he encontrado subtitulada.
No es amor.
Ni obsesión.
Ni siquiera una adicción.
Roza la enfermedad, lo admito abiertamente.
Y no es lo único a lo que me declaro adicta, por supuesto, hay muchas cosas más.
¿Para qué negarlo? Todos tenemos nuestros pequeños y grandes vicios.
Hoy por hoy, tengo un vicio que añadir a los ya existentes.
Y es que Arrow ha vuelto de su pausa invernal (en EEUU, por supuesto, aquí tendremos que esperar hasta el verano para ver la tercera temporada entera en abierto, como todos los puñeteros años, pero en cuanto a mis vicios no tengo en absoluto mi característica, interminable y eterna paciencia).
Oh, Dios, adoro a Oliver Queen (vale, a Stephen Amell, también). Así que voy a poner mi granito de arena para engancharles a mi particular droga. ¿Quién no se quedaría enganchado de esa arrogancia? ¿De esas caras de póker? ¿De esas miradas que...? *escalofrío*
Les dejo la promo de la tercera temporada y mientras, yo me voy a tomar mi dosis diaria de Arrow *suspiros* (sí, tengo la serie al completo... ¿Qué pasa?).
Disfruten. Y lo siento, no la he encontrado subtitulada.
Dormir o perder el juicio, he ahí la cuestión (Shakespeare... ¿no?)
Es curioso cómo altera nuestro ánimo el simple hecho de dormir.
Y no me refiero simplemente a descansar, que ya tiene lo suyo (no sé si han probado a pasar una noche en blanco y largarse a trabajar; simplemente les diré que no se lo aconsejo), sino al hecho de soñar.
Los sueños...
Unos dicen que son las proyecciones de nuestros deseos y anhelos, y de nuestros miedos y temores. Otros dicen que el cerebro reúne las piezas sueltas de todos los recuerdos del día, aquellas cosas que nuestra mente consciente ha pasado por alto, y nos las muestra, las expulsa de algún modo.
Yo, personalmente, opino que es una mezcla de las dos cosas.
Porque, ¿qué motivo iba yo a tener para haber soñado precisamente con eso esta misma noche? Ninguno. Algo debí pensar, algo debí ver o escuchar que relacioné con ese tema y mi cerebro me ha recordado lo que más deseo en forma de sueño. Y, si he de ser perfectamente sincera, sé que es así, sólo que no soy capaz de recordar qué desencadenó mis sueños...
Y lo he intentado intensamente a lo largo del día, porque me gustaría recordarlo, me gustaría revivir ciertas cosas y encontrar de verdad esa ilusión que he experimentado en forma de sueño...
Pero, a lo que iba.
Ese mismo sueño, algo que no esperaba ni por asomo y recuerdo intensa y vívidamente, me ha hecho despertar con un humor... Peculiar, por llamarlo de algún modo.
Para empezar, una patada en el culo necesaria desde hace muchísimo tiempo que me ha hecho reaccionar de modos que no había reaccionado en... Años. Llamémosle despertar.
Para seguir, inquietud. Un no poder parar quieta. Porque, aunque no ha sido una pesadilla, ni mucho menos (tampoco sería la primera vez, he soñado desde que me apuñalaban en el pecho, me ahogaban en una piscina, hasta que me fusilaban delante de casa de mi abuela... Sí, lo sé, material morboso para los Freudianos y loqueros varios... Aunque cierta amiga psicóloga me dijo que hasta que no soñase con que sodomizaba a mi padre, no debía preocuparme. No sé por qué...), me ha perturbado a niveles fundamentales. En realidad estaba contenta y feliz porque el sueño había sido explícito, vivo, más de lo que llevo estando yo desde hace tiempo, podía sentir dentro del sueño. Pero también era una sensación agridulce que me ha hecho gruñir, literalmente, porque era sólo eso: un jodido y puñetero sueño.
Estaba de un humor tan extraño, cabreada y a la vez anestesiada por las sensaciones de felicidad, que me he ido de compras.
¡Yo! ¡De compras!
Sí, vale, no suelo ir de compras si no estoy realmente cabreada (es simple lógica: odio tanto ir de compras, sobre todo acompañada y más si es mi madre o peor aún, mi hermana, que, cuando estoy que muerdo, el esperar en los vestidores, el machacarme los pies deambulando por ahí, el SUPERLATIVO cabreo que viene cuando lo que te gusta no te queda bien o lo que te queda bien no te gusta nada... No pueden cabrearte más y sencillamente suspiras y continuas), pero lo más extraño es que me apetecía.
Y aún más raro ha sido volver con un par de botas roqueras que me han enamorado y que, oh, Dios, esto sí que es un milagro, le han encantado a mi madre, unos jeggins (sí, ahora hay que saber idiomas para comprar ropa... Simplemente unas mallas que simulan ser vaqueros) y, al loro, maquillaje.
¡Maquillaje!
Definitivamente, me he vuelto loca. Más aún si consideramos el hecho de que pienso volver a salir de compras mañana.
¿Y todo esto lo ha hecho un sueño?
Nah, en realidad estoy perdiendo la chaveta, eso lo sabemos todos.
PD.- Al final ayer bajé a por tabaco. Y de paso chocolate para combatir la depresión de las horas sin luz solar... Qué coño, por vicio, igual que el tabaco.
Y no me refiero simplemente a descansar, que ya tiene lo suyo (no sé si han probado a pasar una noche en blanco y largarse a trabajar; simplemente les diré que no se lo aconsejo), sino al hecho de soñar.
Los sueños...
Unos dicen que son las proyecciones de nuestros deseos y anhelos, y de nuestros miedos y temores. Otros dicen que el cerebro reúne las piezas sueltas de todos los recuerdos del día, aquellas cosas que nuestra mente consciente ha pasado por alto, y nos las muestra, las expulsa de algún modo.
Yo, personalmente, opino que es una mezcla de las dos cosas.
Porque, ¿qué motivo iba yo a tener para haber soñado precisamente con eso esta misma noche? Ninguno. Algo debí pensar, algo debí ver o escuchar que relacioné con ese tema y mi cerebro me ha recordado lo que más deseo en forma de sueño. Y, si he de ser perfectamente sincera, sé que es así, sólo que no soy capaz de recordar qué desencadenó mis sueños...
Y lo he intentado intensamente a lo largo del día, porque me gustaría recordarlo, me gustaría revivir ciertas cosas y encontrar de verdad esa ilusión que he experimentado en forma de sueño...
Pero, a lo que iba.
Ese mismo sueño, algo que no esperaba ni por asomo y recuerdo intensa y vívidamente, me ha hecho despertar con un humor... Peculiar, por llamarlo de algún modo.
Para empezar, una patada en el culo necesaria desde hace muchísimo tiempo que me ha hecho reaccionar de modos que no había reaccionado en... Años. Llamémosle despertar.
Para seguir, inquietud. Un no poder parar quieta. Porque, aunque no ha sido una pesadilla, ni mucho menos (tampoco sería la primera vez, he soñado desde que me apuñalaban en el pecho, me ahogaban en una piscina, hasta que me fusilaban delante de casa de mi abuela... Sí, lo sé, material morboso para los Freudianos y loqueros varios... Aunque cierta amiga psicóloga me dijo que hasta que no soñase con que sodomizaba a mi padre, no debía preocuparme. No sé por qué...), me ha perturbado a niveles fundamentales. En realidad estaba contenta y feliz porque el sueño había sido explícito, vivo, más de lo que llevo estando yo desde hace tiempo, podía sentir dentro del sueño. Pero también era una sensación agridulce que me ha hecho gruñir, literalmente, porque era sólo eso: un jodido y puñetero sueño.
Estaba de un humor tan extraño, cabreada y a la vez anestesiada por las sensaciones de felicidad, que me he ido de compras.
¡Yo! ¡De compras!
Sí, vale, no suelo ir de compras si no estoy realmente cabreada (es simple lógica: odio tanto ir de compras, sobre todo acompañada y más si es mi madre o peor aún, mi hermana, que, cuando estoy que muerdo, el esperar en los vestidores, el machacarme los pies deambulando por ahí, el SUPERLATIVO cabreo que viene cuando lo que te gusta no te queda bien o lo que te queda bien no te gusta nada... No pueden cabrearte más y sencillamente suspiras y continuas), pero lo más extraño es que me apetecía.
Y aún más raro ha sido volver con un par de botas roqueras que me han enamorado y que, oh, Dios, esto sí que es un milagro, le han encantado a mi madre, unos jeggins (sí, ahora hay que saber idiomas para comprar ropa... Simplemente unas mallas que simulan ser vaqueros) y, al loro, maquillaje.
¡Maquillaje!
Definitivamente, me he vuelto loca. Más aún si consideramos el hecho de que pienso volver a salir de compras mañana.
¿Y todo esto lo ha hecho un sueño?
Nah, en realidad estoy perdiendo la chaveta, eso lo sabemos todos.
PD.- Al final ayer bajé a por tabaco. Y de paso chocolate para combatir la depresión de las horas sin luz solar... Qué coño, por vicio, igual que el tabaco.
Pereza, sol y nieblas. Mala combinación.
La luz del sol.
Nunca me había percatado de la importancia en mi vida de la luz del astro rey hasta que mi vida se transformó lenta e inexorablemente en la de un monje cartujo.
Hasta mis pautas de comportamiento y ánimo se corresponden a las horas de luz que tengo alrededor.
Es curioso, porque antes no me importaba en absoluto y no entendía por qué a mis compañeras de trabajo les parecía tan desesperante salir a las siete de la tarde de trabajar siendo de noche cuando se acercaba el invierno. Ni siquiera cuando estuve en Dublín lo noté, que amanecía a las cuatro de la mañana y el sol, si es que las nubes lo habían dejado salir, desaparecía pocas horas después de mediodía en mayo. ¡Mayo! ¿Cómo sería en invierno?
Ni siquiera en Ámsterdam, que la lluvia nos acompañó todas las vacaciones, lo noté.
Y sin embrago, ahora puedo entender a todos esos guiris que llegan aquí y se plantan embadurnados de crema solar durante horas en la playa a ver si pillan un buen melanoma... No es que yo vaya a hacerlo, no es que mi melanina sea muy amiga de los rayos UVA, pero sí puedo entender su fascinación al ver que tenemos una ingente cantidad de luz a lo largo del día.
El sol.
¿Quién me lo iba a decir? Yo, que soy más bien de lunas. Lunática, mejor dicho.
Tal vez simplemente me hago mayor.
Aunque aún no noto la artrititis, no se preocupen.
Sin embargo, ahora que estaba haciendo un descanso en mi monótona existencia, contemplando mi paquete de tabaco a punto de perecer, al pensar en bajar al estanco y comprar más, la sola idea me ha hecho gemir de frustración.
Bajar a la calle. De noche. Horror. No me apetece en lo más mínimo.
No por la oscuridad, apenas hay tres minutos escasos de caminata en una calle perfectamente iluminada, sino pereza, simplemente es que mi mente asocia oscuridad a hora tardía. Y son sólo las siete de la tarde.
Realmente me da exactamente igual bajar ahora que mañana por la mañana. O, si lo pienso bien detenidamente, sería muchísimo mejor ahora que por la mañana, porque amanecer con una niebla digna de Silent Hill hasta casi las dos del mediodía está empezando a convertirse en el pan nuestro de cada día aquí en Zaragoza.
Niebla horrenda y espesa como el cemento armado, de ésa que no te deja ver ni tus propios dedos cuando extiendes la mano al frente.
Y sin embargo, no me molesta lo más mínimo porque a pesar de todo hay claridad. Es de día.
¿Incoherencia? ¿Tal vez me estoy volviendo loca?
No, más bien necesito tabaco. Debe ser el síndrome de abstinencia y que sólo estoy escribiendo para encontrar una excusa para no bajar.
O que empiezo a notar la astenia primaveral antes de que llegue la primavera y todo.
El caso es no bajar a por tabaco aún a sabiendas de que no voy a aguantar el mono.
Vale, sí.
Me estoy volviendo un poquito más loca con la edad.
Nunca me había percatado de la importancia en mi vida de la luz del astro rey hasta que mi vida se transformó lenta e inexorablemente en la de un monje cartujo.
Hasta mis pautas de comportamiento y ánimo se corresponden a las horas de luz que tengo alrededor.
Es curioso, porque antes no me importaba en absoluto y no entendía por qué a mis compañeras de trabajo les parecía tan desesperante salir a las siete de la tarde de trabajar siendo de noche cuando se acercaba el invierno. Ni siquiera cuando estuve en Dublín lo noté, que amanecía a las cuatro de la mañana y el sol, si es que las nubes lo habían dejado salir, desaparecía pocas horas después de mediodía en mayo. ¡Mayo! ¿Cómo sería en invierno?
Ni siquiera en Ámsterdam, que la lluvia nos acompañó todas las vacaciones, lo noté.
Y sin embrago, ahora puedo entender a todos esos guiris que llegan aquí y se plantan embadurnados de crema solar durante horas en la playa a ver si pillan un buen melanoma... No es que yo vaya a hacerlo, no es que mi melanina sea muy amiga de los rayos UVA, pero sí puedo entender su fascinación al ver que tenemos una ingente cantidad de luz a lo largo del día.
El sol.
¿Quién me lo iba a decir? Yo, que soy más bien de lunas. Lunática, mejor dicho.
Tal vez simplemente me hago mayor.
Aunque aún no noto la artrititis, no se preocupen.
Sin embargo, ahora que estaba haciendo un descanso en mi monótona existencia, contemplando mi paquete de tabaco a punto de perecer, al pensar en bajar al estanco y comprar más, la sola idea me ha hecho gemir de frustración.
Bajar a la calle. De noche. Horror. No me apetece en lo más mínimo.
No por la oscuridad, apenas hay tres minutos escasos de caminata en una calle perfectamente iluminada, sino pereza, simplemente es que mi mente asocia oscuridad a hora tardía. Y son sólo las siete de la tarde.
Realmente me da exactamente igual bajar ahora que mañana por la mañana. O, si lo pienso bien detenidamente, sería muchísimo mejor ahora que por la mañana, porque amanecer con una niebla digna de Silent Hill hasta casi las dos del mediodía está empezando a convertirse en el pan nuestro de cada día aquí en Zaragoza.
Niebla horrenda y espesa como el cemento armado, de ésa que no te deja ver ni tus propios dedos cuando extiendes la mano al frente.
Y sin embargo, no me molesta lo más mínimo porque a pesar de todo hay claridad. Es de día.
¿Incoherencia? ¿Tal vez me estoy volviendo loca?
No, más bien necesito tabaco. Debe ser el síndrome de abstinencia y que sólo estoy escribiendo para encontrar una excusa para no bajar.
O que empiezo a notar la astenia primaveral antes de que llegue la primavera y todo.
El caso es no bajar a por tabaco aún a sabiendas de que no voy a aguantar el mono.
Vale, sí.
Me estoy volviendo un poquito más loca con la edad.
Simmons Oregonés
Como ya anuncié en los comentarios de la última entrada, les traigo parte del programa Oregón TV, en concreto, la presentación. Les explico. Cada programa ahora lo presenta una figura famosa y es la que lleva el hilo de los scketches.
En Nochevieja fue Gene Simmons, el cantante de Kiss.
Pasen y Vean. Y rían.
Diccionario Oregonés- Castellano.
Pahar: versión vasta oregonesa del verbo pasar.
Pollico mantudo: expresión que viene a dejar claro que no se va a mover porque está muy a gustico, allí calentico y con el pelaje/plumaje ahuecado.
Diccionario Oregonés- Castellano.
Borraja: verdura oregonesa que, según el Sr. The_Fear, para comerlas hay que depilarlas. Y lo jodido es que no miente, porque pinchan más que las pantorrillas del Jeti. Pero qué buenas están...
Tajo bajo: parte de la ternera que se usa principalmente para los guisos (ya saben, con guisantes y patatas cuadradas)
Diccionario Oregonés- Castellano.
En Nochevieja fue Gene Simmons, el cantante de Kiss.
Pasen y Vean. Y rían.
Diccionario Oregonés- Castellano.
Pahar: versión vasta oregonesa del verbo pasar.
Pollico mantudo: expresión que viene a dejar claro que no se va a mover porque está muy a gustico, allí calentico y con el pelaje/plumaje ahuecado.
Diccionario Oregonés- Castellano.
Borraja: verdura oregonesa que, según el Sr. The_Fear, para comerlas hay que depilarlas. Y lo jodido es que no miente, porque pinchan más que las pantorrillas del Jeti. Pero qué buenas están...
Tajo bajo: parte de la ternera que se usa principalmente para los guisos (ya saben, con guisantes y patatas cuadradas)
Diccionario Oregonés- Castellano.
Capuzar: calarse de agua. O de cualquier otro líquido, véase cerveza, cuando uno se la echa por encima.
Diccionario Oregonés- Castellano.
Canso: cansino, pesao.
Moscoso: días de fiesta por todo el morro que tienen los antiguos funcionarios por año, llamados así por el Ministro Luis Moscoso, quien lo instauró a cambio de los votos de los funcionarios... No recuerdo cuándo.
Diccionario Oregonés- Castellano.
A lo tonto modorro: expresión que básicamente viene a ser lo mismo que 'a lo tonto' o 'sin darse cuenta'.
Y de regalo, les dejo el scketch de música después del shock de ver a Simmons con delantal.
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