24 noviembre 2010 | By: Denebola

Unos nacen con estrella y otros nacen estrellados... O algo así.

Hace ya mucho, un amigo me preguntó por qué lo sabía. Bueno, en realidad puede que no fuera tanto tiempo, o quizás fuese hace más tiempo del que yo misma creo. Para mí la noción del tiempo se desvirtúa ya habitualmente, con lo cual, ahora que todos mis días son demasiado parecidos, más aún.

Quizás esperase una gran explicación que le iluminase y le llenara de sabiduría y claridad de pensamiento. O quizás esperase un gran argumento lleno de tópicos propios de una quinceañera o de una canción de Alejandro Sanz (por decir algo). Pero no fue así. Fui clara y breve. Pero esque no hay nada más que explicar, sencillamente es así. Hubo un punto en el que me di cuenta de que así era y yo no me pregunté por qué. ¿Y si no hay ningún por qué? De algún modo inconsciente y vago lo sabemos y lo buscamos; hay quien tiene suerte y ve su camino terminar en ese sentido, y hay quien no la tiene nunca y sigue así toda su vida, y probablemente nunca llegue a darse cuenta de que en el fondo lo sabe y lo está buscando, lo cual, aunque triste, no duele, o eso creo... Quizás por ese motivo me lo preguntó, porque él, como todo el mundo, busca algo y aún no sabe qué es, y esperaba que yo le diese la clave de la felicidad. Pero esque uno no va en busca de la felicidad y la encuentra. No, no, la historia no se desarrolla así, es al contrario. Es ella quien te encuentra a ti, la que se cruza en tu camino. Más bien, no es la felicidad, precisamente...

En realidad, las cosas son sencillas. Somos nosotros quienes las complicamos. Por eso esa pregunta no requiere una gran explicación, sino un motivo que tenga un enorme significado. Es tan sencillo como decir que he encontrado lo que llevo buscando desde que tengo uso de razón, y preguntarme qué busco es tan sencillo como señalarlo y tan complicado como querer describirlo, porque buscaba todo, absolutamente todo lo que entraña, con las virtudes y los defectos. A estas alturas de la vida no soy tan ingénua como para pensar que todo es de color de rosa.

Lo que me sorprendió fue que mi amigo me preguntase cómo es. En ese momento me di cuenta de que estaba perdiendo el tiempo, de que hablar con una pared sería lo mismo, de que seguramente nunca entendería hasta qué punto llegan las cosas, porque es demasiado grande y él se estaba quedando corto de miras.
Sinceramente, me dio lástima... Pero bueno, hay quien no tiene suerte, como ya he dicho.