Tenía tantas cosas que hacer, y tan pocas ganas de hacerlas, que ni siquiera se lo planteó.
Abrió el grifo de la bañera y tapó el desagüe.
Se fue a buscar el albornoz repitiéndose a sí misma que suficientes obligaciones tenía ya con el trabajo, como para dejarse arrastrar también por las demás. Eran sus días de descanso, y eso mismo iba a hacer, descansar.
Se quitó la ropa, se recogió el pelo, y se metió en la bañera, que estaba prácticamente llena. Dejó que el agua le cubriera prácticamente hasta el cuello. Estaba tibia. Apoyó su cabeza en la loza, y cerró los ojos. Le venían imágenes a la mente, recuerdos que guardaba como si fueran sagrados y que cada día recordaba, sin excepción, como si tuviera miedo de que al no tenerlos presentes se borrasen y acabara olvidándolos. No quería olvidar nada de aquello. Pensaba que habían sido los momentos más felices de su vida, y no iba a enterrarlos, tampoco iba a lamentarse por no seguir llevando esa vida, sólo quería recordar que hubo una época en su vida en la que había sido completamente feliz.
Siempre procuraba estar a solas cuando recordaba esos momentos, porque era consciente de que, cuando lo hacía, las lágrimas se le caían silenciosamente de sus ojos, y no le gustaba que la vieran llorar.
Salió de allí y se cubrió con su albornoz, tapándose toda, como si tuviera un frío helador. Se secó los pies y se fue descalza a la cocina. No eran horas para tomarse una cerveza, pero, ¡qué diablos! Le apetecía. Cogió una cerveza fría y se fue al salón. Se acurrucó abrazándose a sus rodillas, con la cerveza en la mano, en el lado derecho del sofá, alcanzó su paquete de tabaco, y se encendió un cigarro.
Sentía que le faltaba algo, ese algo que te despierta por las mañanas entre caricias y que, aunque medio dormida aún, sólo te apetece besar, ese algo que te lleva de la mano por la calle y te abraza cuando hace frío, ese algo que cuando te besa, el mundo se para y lo demás deja de existir, ese algo que te rodea con sus brazos cuando estás en la bañera como acababa de estar ella, ese algo que hace que se te dibuje una sonrisa cuando lo ves después de salir de trabajar, haciéndote olvidar un pésimo día... Ese algo.
Y ese algo que le faltaba tenía nombre. Y no podía dejar de recordarlo a cada paso que daba; cada cosa que hacía o veía, le llevaba a él.
Cuando ya nada quedaba en el botellín de cerveza, lo dejó en la mesa, junto con el cenicero con las 2 ó 3 colillas, como si fueran muestras de haber sido testigos de su silencio cargado de tantas cosas que decir, pero que se habían quedado presas en su interior.
Se metió en la cama, programó la alarma para despertarse al día siguiente como cada lunes, y se tapó con la colcha. Su cama le parecía más fría cada día, y esos eran los peores momentos, los de tratar de conciliar el sueño sabiéndose sola.
Cerraba los ojos y se repetía una y otra vez que había hecho lo correcto, que todo estaba como debería ser, hasta que acababa creyéndoselo y el sueño se la llevaba, dejándole unas pocas horas de descanso, de tregua.
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5 comentarios:
Cada día escribe mejor...
Un besote
Gracias :$
Yo creo que escribe bien desde el principio. Que mejora? Bueno, puede ser, peor hay base, hay base. ñiñi.
Y sobre el relato, en fin, sabes lo que pienso.
Un beso macizorra ;)
Una pregunta, ¿al final folló o no?
Primero aclarar que no es un relato en el que me vea descrita, ni mucho menos.
Claro que tiene algo de mí, lo he escrito yo, pero no me siento así.
Al CoCo, gracias :$
Al señor Pirómano, decirle que al final no lo sé, aún no la he llamado, pero por lo visto al principio sí, mucho y bien, ¡el terror de sus vecinos, oiga!
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