23 noviembre 2015 | By: Denebola

Recuerdos

Siempre me han gustado los gatos.
Es curioso, porque todos los niños a mi alrededor en primaria se privaban por los perros. El amigo fiel y todo eso. Nunca me atrajo.
Los mininos tienen un modo de ver el mundo que yo comparto.
Pero, no sé si lo saben, cada raza de felinos tienen sus peculiaridades. Y yo tuve un siamés.
Puro.
¿Quieren saber cómo se distinguen?
Su rabo está retorcido. Y es negro.
Si no es así, es un cruce.
Recuerdo perfectamante su primera noche. Nos lo dieron una noche de invierno, apenas recién nacido. Era un pobre ovillito de lana que mi madre apenas podía darle leche con una cuchara. Mi hermana, con apenas unos años de vida, se enamoró del minino.
¿Y quién no?
Fue un amigo fiel.
Que dormía en la almohada más próxima a la venta como si fuera un perro guardián defendiendo a las pequeñas de la casa, que se peleaba con la escoba y huía de la aspiradora. Quien merodeaba por las terrazas, no haciendo amigos, como todos los vecinos pensaban, sino asegurando el perímetro.
Años después, cuando desarrollé mi alergia y no pude tocarlo más, no lo comprendí.
Ahora lo hago.
Hay muchas razas de gatos domésticos.
Pocas tan peculiares como los siameses.
Leales a sus amos como cualquier can. Íntima y emocionalmente ligados a ellos. Nos necesitan, porque sino, se deprimen. Lo que leen, sí, se deprimen.
Pero fuera de esa casa, de esa jerarquía...
Oh, agárrense los cinturones.
No creo que haya ningún minino tan alfa como ellos.
Son los alfas.
Desgarran lo que haga falta. Someten lo que deben.
Y vuelven a casa a por mimos.
Ay...
Sigo adorándote, pequeño.
Siempre