En cuanto el reloj marcó las 5, recogió las cosas, apagó el ordenador y cogió su tres cuartos de cuero y su bolso a toda prisa. Llevaba esperando que llegase la hora desde que había empezado la jornada de tarde, ilusionada y nerviosa. Salió a la puerta y esperó a su compañera impaciente. Muy impaciente. Tenía el tiempo justo. Pero, como siempre que tenía prisa, aquella rubia un tanto bipolar se lo tomaba con una calma apabullante. Odiaba que le hiciera eso, pero no podía hacer más, era ella quien la acercaba a casa.
Y, efectivamente, la estuvo esperando 10 eternos minutos en la puerta.
De camino al coche, la rubia parloteaba sin cesar cosas a las que apenas prestaba atención para evitar los instintos asesinos que la incitaban a cortarle la lengua y algún que otro órgano vital más, producidos por su prisa y su impaciencia, y cuando notó su poco interés, su compañera de viaje empezó la ronda de preguntas al más puro estilo de programa de la prensa rosa. Evidentemente, no iba a contarle el motivo de su impaciencia, era una compañera de trabajo que le hacía el favor de acercarla a casa, pero no era su amiga. Las esquivó como pudo, armándose de paciencia y respirando muy hondo, sabiendo que cuanto menos le contara, más despertaría su interés. Pero no era asunto suyo. "Conduce y calla, cotilla del demonio, que hoy tengo más prisa que nunca", decía su subconsciente casi a gritos, alterado.
Y no era para menos, tenía que hacer muchas cosas en muy poco tiempo.
En cuanto su compañera la dejó en el cruce de siempre, casi salió dejándola con la palabra en la boca. Seguramente el lunes la acribillaría a preguntas, pero en esos momentos, poco le importaba. Su paso era tan rápido que prácticamente corría por la acera, resguardándose del aire frío apretando las solapas de la chaqueta contra su pecho.
Nada más cerrar la puerta de casa, dejó la chaqueta encima de la cama y abrió el agua de la ducha. Mientras el agua iba cogiendo temperatura, sacó la ropa limpia y se desnudó. Iba totalmente acelerada, si no se daba prisa, no iba a llegar a tiempo.
Mientras el agua tibia de la ducha templaba su cuerpo, apenas tuvo un segundo en el que se dió cuenta de lo que estaba pasando y le dió vértigo. El corazón le latía a una velocidad pasmosa y se quedó fría y parada por unos segundos... No, no, no podía perder ni un segundo. Salió de allí, callando a su subconsciente, y se puso el albornoz. Mientras su cuerpo se secaba sacó los mil trastos del bolso enorme que llevaba al trabajo y los fue recolocando en su sitio.
Un mensaje en su móvil la alteró. Más nervios... No tenía tiempo.
Cogió su bolso pequeño y metió las cosas imprescindibles; así era como le gustaba. Se sonrió.
Se vistió a toda prisa, se retocó el poco maquillaje que llevaba, apenas un poco de rimmel y la raya negra del ojo, y se bajó a toda prisa a coger el autobús. Con un poco de suerte, cogería el de y cuarto y llegaría bien de tiempo.
Y sí, tuvo suerte. Al subir al vehículo, respiró aliviada y se sentó con una sonrisa en la boca. Lo había conseguido, ya sólo tenía que dejar que el conductor la llevase a su destino.
Entonces fue cuando, libre de la tensión y la impaciencia, empezó a ser consciente. Notaba cómo su corazón se iba acelerando por momentos, presa de la incertidumbre y del mar de preguntas que pasaban tan fugazmente por su cabeza que era incapaz de retenerlas y pararse a pensar sobre ellas, tan sólo le dejaban una sensación de vértigo y de pánico. Pero lo curioso era que no tenía dudas, al contrario, lo tenía muy claro, las únicas dudas que le venían a la cabeza eran totalmente intrascendentes.
Bajó en la parada, su mente no le permitía siquiera plantearse ninguno de sus pasos, sólo los daba, si pensaba en ello, quizás no los diera, y quería darlos, se moría por darlos. Atravesó la puerta automática del gran edificio blanco y se acercó a la salida de pasajeros. Una de las pantallas avisaba de que aún quedaban unos 10 minutos y ni siquiera se le pasó por la mente salir a fumar un cigarro, sólo se quedó allí, en medio de aquel frío espacio, contemplando la salida, y esperó, impaciente, ilusionada, nerviosa, helada por la temperatura y los nervios, mientras anunciaban la llegada del tren.
Y en el preciso instante que pudo verlo, sólo podía sonreír y todo lo demás, desapareció.
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4 comentarios:
¿Cuándo publicas un libro de relatos?
Visto que hasta Risto Mejide tiene un libro, ¡lo que no sé es cómo no lo tengo ya!
quiero la continuacion....
Besos
Se la resumo: sexo, drogas y rock&roll.
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