Se desvanece del mismo modo que llega, sin darte cuenta. Del mismo modo que te llena sin ningún motivo racional y te da una fortaleza que creías que no existían, desaparece como el agua resbala por tu cuerpo y te deja vacío, lleno de desasosiego, incluso perdido.

Triste, ¿no?
Pero lo más paradójico es que, cuanto más quieren hacer desaparecer los demás nuestra esperanza, más fuerte se arraiga en nosotros y más indestructible se hace a sí misma.
No dejo de maravillarme con la paradoja que son los sentimientos, extremadamente fuertes y frágiles al mismo tiempo. Y sin embargo, imprescindibles para vivir. Mueven nuestro mundo, nuestra vida, lo son todo. Lo somos todo, mejor dicho.
Y sin embargo, aún dependemos de los mismos signos externos, que no son mas que nimiedades, los que hacen que la ilusión se desvanezca, para que vuelva a aparecer con la misma fuerza, recuperarla y suspirar aliviados al sentir que vuelve a nuestras vidas, esa razón que nos hace levantarnos por la mañana con una sonrisa, un objetivo o una expectativa de satisfacción. Ese pequeño punto de apoyo que mueve nuestras motivaciones.
Porque, si alguien conoce alguna forma de recuperarla por uno mismo, por favor, ya tarda en hablar, tiene toda mi atención. Ansiosa me hallo por ponerlo en práctica.
0 comentarios:
Publicar un comentario