Bien, tras aclarar esto, como ya no llego a desearles una feliz Navidad, les deseo un feliz Año Nuevo. O Reyes. O a lo que llegue ya.
No sé cómo lo habrán pasado ustedes estas fiestas, las mías han sido un maldito caos, algo que se da por supuesto en las DeneNavidades.
Si unes a una madre maña, una hermana con afán de que todo salga perfecto que se pone histérica cuando algo no sale milimétricamente exacto y un tío que te cambia los planes el día anterior a Nochebuena, pueden imaginarse cómo terminó ésta: conmigo cantando "esta noche es Nochebuena y mañana Navidad, saca la bota PADRE MÍO que me voy a emborrachar". Literalmente. Por no oír la jarana.
Y lo conseguí.
Por eso llegué a la comida de Navidad como una balsa de aceite y como si no escuchara a nadie, porque mi resaca alcanzaba cotas históricas. Creo que ni aquella Nochevieja en la que me cepillé 13 copas y varios chupitos tuve una resaca tan monumental. Pero claro, con 20 años, el concepto "resaca" es una mera sombra de lo que descubres que realmente es cuando alcanzas la treintena. Madre del amor hermoso y virgencica del Pilar.
El caso es que me planté en el pueblo, rodeada de primos gritones y refunfuñones en plena adolescencia (bueno, sólo unos pocos, los demás tenían una resaca tan grande como la mía gracias a los mojitos que mi prima la mayor había tenido la gran idea de preparar la noche anterior... Y los adultos también). Creo que es la primera vez que llegamos al pueblo a la 1 del mediodía y la mayor parte de la casa seguía durmiendo... La mona.
Así que me asenté en la cocina mientras escuchaba a mi tía dar órdenes como si aquello fuera Kabul y no una cocina de pueblo. Pero claro, entre quedarte en la cocina escuchando a la sargento de mi tía dar órdenes de fondo y obedecer sumisamente, y beberte unas 3 cervezas en el bar del pueblo con el resacón que me llevaba y sabiendo el cargamento de alcohol que me esperaba a lo largo del día, la elección estaba clara: Dene se quedó en la cocina.
Y cuando vi aparecer a mi primo mediano con su pinta de gafapasta, el pelo revuelto, el pijama raído del pueblo, una bata de franela color rosa fresa que apenas le cerraba en el pecho al más puro estilo Omaíta y refunfuñando un "me cago en la madre que os parió a todos", mereció la pena. Más aún cuando se levantó mi prima mayor murmurando un "jodidos mojitos, nunca más".
No pienso decirles cómo terminó la cocina.
El tema es que NUNCA, JAMÁS, pongas a cocinar a un trío de resacosos, por mucho que estemos todos en la respetable edad de la treintena.
Como marca ya la tradición en el DenePueblo, la mesa de 16 personas tiene sus divisiones: hombres y mujeres. La subdivisión "niños" ha desaparecido a estas alturas ya. Básicamente porque los dos pequeños adolescentes, o son más porteras que las mujeres, o pasan de que los hombres se metan con los gallos de su recién estrenada voz de tenor, gallos incluidos, y su bigote-pelusilla.
Lo gracioso del asunto es que yo estoy incluida en la división "hombres" a pesar de que mis atributos dejan claro que no lo soy en absoluto. ¿Por qué? Sencillo: mi tío de Jaén me reserva automáticamente sitio a su lado porque paso muy mucho de los temas trascendentales femeninos. Y si tenemos en cuenta que llevaba la misma resaca que ellos, imagínense cuánto pasaba.
La comida pasó entre arreglos históricos made in mi tío, copas de vino que, por más que me esforzaba en vaciar, nunca lo conseguía, piques futbolísticos con mi tío del barça (lo sé, ¿un maño del barça? Es fuente de burlas, risas y pullas inclementes y despiadadas), y comentarios desde el lado femenino de la mesa de "pero qué barbaridades oigo por allí".
Hasta que llegó el momento de los aguinaldos.
Y yo tuve un regalo sorpresa. Maldije. Fui la única. Me fulminaron todos los primos, incluida mi hermana. Pero oigan, mi tío de Jaén es mi tío de Jaén, y yo soy su favorita (váyanse ustedes a saber por qué), así que, con toda la mala virgen del mundo, después de llevar años riéndome de él porque desde que se jubiló se levanta a las 6 de la mañana para ver Dora la Exploradora, va el muy canalla y me regala un peluche de la jodida Dora, bética, por supuesto, bien sevillana y verdi-blanca, para dejarme bien claro que "er Zaragoza é una miedda y er Beti ettá en primera", y para que la pueda colgar en el retrovisor del coche... Que aún no tengo. Hijo de mala madre.
Y como soy así de bruja, aproveché la coyuntura alcohólica (ya estaban atacando despiadadamente al Cardhú) y, aún no sé cómo logré hacer que mi tío jurase comprarme mi primer coche... Cuando me casase. No sé si hice buen trato... Claro que luego empezaron las exigencias de "mejor cuando tengas al primer hijo, que a mí los desgraciados de mis hijos no me van a hacer abuelo y quiero un sobrinieto", y yo empecé con las exigencias. Vamos, hombre, después de exigirme un matrimonio y parir, no me va a regalar un Corsa. Como mínimo un Mini o un BMW.
En fin, que salí de allí con un peluche de la Dora Exploradora bética y una prolongación del ciego de Nochebuena.
Y continuamos para bingo, señores. Porque creo que mi globo no se ha desinflado ni siquiera hoy.
Por Dios.
Día de Reyes. ¿Han sido buenos? Yo he debido serlo mucho, porque he amanecido con unas Ray Ban Aviator y casi lloro. Tantos años tratando de mangarle las suyas a mi padre y por fin tengo las mías propias.
Oh, son taaaaaaaaaaaaaaaaaaaan fardonas...
Creo que me he enamorado.
Estoy tan jodidamente sexy con ellas que hasta un abuelo me ha dicho "GUAPA" por la calle (con énfasis, nada del típico guapa de nada). Cuando sea un tordazo, les avisaré gustosamente, sí, soy consciente de que era un jubilado con bastón. Pero soy feliz, oigan.
¿No son preciosas? Yo ya me he enamorado. |
Lo dicho, espero que hayan tenido una Feliz Navidad. Yo al menos, me he divertido. Y eso que no les he contado lo que pasó en Nochevieja... Lo considero secreto de sumario.